Para comprender el Icono
Texto por Hierodiácono Dimitri
“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
(Jn. 1: 14)
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.”
(Gen. 1: 26)
Semióticamente Imagen (Icono) es un tipo de signo que guarda una esencial relación de parecido con el arquetipo al quien representa.
Ya en los básicos procesos mentales se nos hace llegar el conocimiento de las imágenes, base para el ejercicio del raciocinio. Recordemos que la idea, supera la materialidad del contacto con los sentidos carnales y las cosas, siendo esta, la simple representación mental de los objetos y que dará lugar a los siguientes procesos del alma humana, juicio y razonamiento. La Imagen entonces, es un elemento externo que identifica, representa y expresa algo, con algún simbolismo sensible, sobre todo auditivo o visual para establecer una asociación del intelecto con otra existencia.
De este modo las palabras, son símbolos auditivos de las cosas que están en el interior y que expresan algo con la finalidad de formar parte de otro interior. Dios creó las cosas, por medio de, La Palabra. Ahora bien, la palabra no sólo es fonética, existe también su dimensión gráfica que es La Escritura. Esta última dimensión de imagen es a la que atañe, el Icono que es un símbolo, y este es en sí mismo la presencia de lo que expresa y es la presencia de aquello que representa. El Icono cristiano es “Teología en Color”, incluso, más allá del mero color que ya en sí mismo habla al subconsciente del alma, desde la psicología.
El Icono tradicional y canónico, preservado en la Iglesia Oriental, no es jamás una forma de “Arte” sino es un tipo de escritura cuyo sistema tipográfico es la geometría, el simbolismo y el color. No es pintura, es Escritura. Aseveración por la cual en tiempos de los iconoclastas pudo preservarse por sobre el tema de la idolatría. Pues los Iconos bizantinos lejos de exaltar temas de la naturaleza en la dimensión de la Encarnación, en ellos se leen temas del espíritu en función al mundo de la encarnación.
Todos los cánones para llevar a cabo la creación iconográfica sintetizada en el séptimo concilio ecuménico (Nicea II) detallan la manera de cómo ha de hacerse un Icono para que no se desvirtúe jamás al lado de la idolatría o la simple decoración. Es así que el icono no será jamás el fruto de una intuición o la representación de una impresión artística, sino el fruto de una tradición; la tradición de la Iglesia y fiel a su enseñanza es entonces una obra largamente meditada antes de ser pintada; pacientemente elaborada por generaciones de pintores, monjes que oran y ayunan para ejercer dicho Ministerio con la bendición de un Obispo.
Únicamente el Icono, expresa verdaderamente el sentido de lo infinito; El nacimiento en este mundo del Hijo de Dios significa el nacimiento del icono, pues Jesucristo siendo el Verbo de Dios, es también su imagen: “Cristo es la imagen (eikon) del Dios invisible” ( Col 1, 15 )
“Cuando veas que Aquel que no tiene cuerpo se hace hombre por ti, entonces podrás hacer una representación de su figura humana. Cuando el Invisible se hace Visible, revistiéndose de carne, entonces representa la imagen de Aquel que ha aparecido… ( Fil 2, 6-7).
El objetivo original de los artistas monásticos fue siempre eliminar cualquier sentido de la individualidad (artista) lo que lleva a la afirmación de que los iconos son “acheiropoieton”, es decir, no hechos por la mano humana y llegados a existir milagrosamente, como todo lo que proviene realmente del Espíritu Santo. Así que no cualquier pintura religiosa puede ser llamada un icono, sino aquella que se apega a la recta doctrina, tal como no cualquier cátedra bíblica puede escapa de ser herética, sino solo la apegada a la recta doctrina de la Santa madre Iglesia.
El icono se realiza en función de la Encarnación, y el icono está condicionado por la “creación a imagen y para la semejanza de Dios.” El icono es “la teología de la imagen.” “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9); y realiza “la teología Bíblica del Nombre.” El nombre identifica la presencia; “el Nombre de Dios” no puede pronunciarse en vano. El icono del Cristo, no lleva nombre, sólo letras; es el inefable. Este hecho está enraizado en esa noción, por eso lo identifica como tal. Ningún icono está terminado si no se lo marca con el nombre de los que representa, según esos santos cánones que guían al Iconógrafo.
El icono no es un objeto, ni un objeto de arte, es la imagen, la semejanza visible del Cristo, de quienes lo precedieron, de quienes lo acompañaron y de quienes lo siguieron; es “belleza y luz,” por la “Gracia de Dios.” A través de la semejanza, que los iconos tan misteriosamente transmiten, ilustran los relámpagos inefables de la “Belleza Divina.” La experiencia artística sólo puede presentar a los ojos mostrándonos un fragmento parcial de las cosas desde la visión individual, sin embargo, el “Todo” está presente en la experiencia iconográfica, como el sol que se refleja en una gota de rocío. Pero, conducido, por la mano de Dios, el hombre a pesar de sí mismo revierte el techo de lo estético y de lo ético y lo convierte en “fe.” La fe nos hace ver que la verdadera belleza no está en la naturaleza misma sino en la “Epifanía del Trascendente,” que hace de la naturaleza el lugar cósmico de Su resplandor.
Los atributos más conocidos del Espíritu Santo son: la vida y la luz. La luz es, ante todo, potencia de revelación; por eso el Dios revelado es llamado “Dios Luz” y ese es el tema del Icono: la Luz. Toda la técnica humana al servicio de Dios en las manos del Iconógrafo están encausadas al tema de La Luz. Es por todo esto que los espacios en un templo Católico son el sitio adecuado para el Icono. Entrar a la Iglesia debe ser una experiencia mística, verdaderamente religiosa, ha de abrir los ojos del alma a la contemplación de lo Eterno y Divino, elevar nuestro espíritu por sobre toda nuestra realidad material a la experiencia de Dios. No la pobre experiencia de estupor y admiración artística de un museo, sino proporcionar los medios adecuados para el hombre a reencontrarse con su verdadera naturaleza, que es ser Imagen y semejanza de Dios.
